Cada vez más, en los distintos ámbitos de la vida,
hablamos de la importancia de los valores. Pero siempre me da la impresión
de que no sabemos bien, de que estamos hablando.
Los padres se quejan de que en la
escuela no se los enseña y los maestros critican a la familia porque los chicos
no los aprenden en su la casa. En muchas empresas los definen, luego los
olvidan, y más tarde se preocupan porque los empleados no los tienen. Todos nos
damos cuenta de que algo no está funcionando, pero en vez de ponernos a
reflexionar qué es lo que sucede, nos echamos la culpa unos a otros sin pensar.
En algunas escuelas portamos con
orgullo la bandera de “enseñar valores”, pero no discutimos demasiado sobre lo que
esto significa. Si realmente entendiéramos que es, ni siquiera lo plantearíamos
así, porque lo que de verdad queremos no es enseñarlos, sino que los alumnos
los aprendan y, como ya sabemos, la enseñanza y el aprendizaje son dos procesos
diferentes y por lo tanto, no causales. Que exista enseñanza, no implica que se
produzca un aprendizaje (aunque esto no nos guste mucho a los docentes) y que
exista un aprendizaje, no necesariamente es el resultado de una enseñanza. En
consecuencia, los valores no se pueden enseñar, se pueden ayudar a descubrir.
En palabras de Ortega Gasset:
“Quien quiera enseñarnos la verdad, que no nos la diga.
Que nos sitúe de tal modo que la podamos descubrir nosotros mismos.”
En el ámbito empresarial,
parecería (como dijo Albert Bosch en TEDxSantCugat) que el domingo tenemos unos
valores y el lunes, cuando vamos a trabajar, nos los olvidamos. Entonces me
pregunto, ¿qué ejemplo le damos a nuestros alumnos o hijos si decimos que
nuestra familia es lo más importante y luego somos tan workaholics* que no
compartimos ni un minuto con ellos? ¿Qué les transmitimos a nuestros
colaboradores si les explicamos que el valor principal de la empresa es su
bienestar y luego no somos capaces de brindarles unas condiciones mínimas de
dignidad laboral?
Considerables
problemas surgen, cuando lo que guía nuestra vida no son nuestros valores sino
nuestras necesidades. Si por ejemplo, trabajo más horas al día para poder ganar
más dinero, tengo que preguntarme: ¿Qué me impulsa a hacer esto? ¿La necesidad
de comprarme más objetos materiales o el valor que le doy al éxito? ¿Esta
decisión afecta el equilibrio de mis valores? ¿Si le dedico más tiempo al
trabajo, descuido a mi familia y amigos? Porque si fuera así, tal vez estoy
olvidando el valor que tiene, para mí, la amistad y el amor familiar (si es que
estos fueran mis valores).
Para saber si somos coherentes
entre lo que pensamos, hacemos, sentimos y decimos, primero es necesario que comencemos
a pensar cuales son nuestros valores,
qué hacemos para actuar de acuerdo a
ellos, como nos sentimos respecto a
nuestra actuación y que les decimos a
nuestros hijos, alumnos o colaboradores.
Entonces, te propongo reflexionar
en base a tres sencillas preguntas:
- ¿Qué es lo que más valoras?
- ¿Cuánto tiempo semanal le dedicas a aquello que valoras?
- ¿Qué es lo que guía tu vida? ¿tus valores o tus necesidades?
El primer interrogante nos
permite ser más conscientes respecto a qué es lo que valoramos. El segundo,
implica empezar a pensar que tan equilibrados (o desequilibrados) están
nuestros valores respecto a nuestra agenda semanal. Y el tercero, nos permite
reflexionar sobre las decisiones que podemos tomar para ser más coherentes y no
subordinar nuestros valores a nuestras necesidades.
Con el artículo de hoy, no
pretendo enseñarte valores porque es imposible creer que todas las personas
tendremos los mismos y en la misma proporción. Tampoco aspiro a cambiar tu
forma de pensar o actuar. Solo deseo que esta reflexión nos ofrezca una guía para
descubrir o redescubrir los valores, para reflexionar si actuamos de acuerdo a
ellos, para ser más conscientes de la importancia que tienen y de la
responsabilidad que tenemos cada uno de nosotros desde nuestro rol (seamos
padres, madres, educadores, jefes o colaboradores). Analizar que sentimos y cuál es
nuestro discurso respecto a los valores será, sin duda, tema de otro post.
Si crees que tus hijos, alumnos,
colaboradores o jefes deberían tener ciertos valores, recuerda que el primer
paso es TU responsabilidad porque, como dijo Alejandro Jodorowsky: “Para cambiar el mundo es necesario comenzar por uno
mismo.”
Y tu… ¿Ya has
comenzado?
* Workaholics: adictos al trabajo