martes, 9 de junio de 2015

¿Somos coherentes con nuestros valores?

Cada vez más, en los distintos ámbitos de la vida, hablamos de la importancia de los valores. Pero siempre me da la impresión de que no sabemos bien, de que estamos hablando.

Los padres se quejan de que en la escuela no se los enseña y los maestros critican a la familia porque los chicos no los aprenden en su la casa. En muchas empresas los definen, luego los olvidan, y más tarde se preocupan porque los empleados no los tienen. Todos nos damos cuenta de que algo no está funcionando, pero en vez de ponernos a reflexionar qué es lo que sucede, nos echamos la culpa unos a otros sin pensar.

En algunas escuelas portamos con orgullo la bandera de “enseñar valores”, pero no discutimos demasiado sobre lo que esto significa. Si realmente entendiéramos que es, ni siquiera lo plantearíamos así, porque lo que de verdad queremos no es enseñarlos, sino que los alumnos los aprendan y, como ya sabemos, la enseñanza y el aprendizaje son dos procesos diferentes y por lo tanto, no causales. Que exista enseñanza, no implica que se produzca un aprendizaje (aunque esto no nos guste mucho a los docentes) y que exista un aprendizaje, no necesariamente es el resultado de una enseñanza. En consecuencia, los valores no se pueden enseñar, se pueden ayudar a descubrir. En palabras de Ortega Gasset:

“Quien quiera enseñarnos la verdad, que no nos la diga.
Que nos sitúe de tal modo que la podamos descubrir nosotros mismos.”

En el ámbito empresarial, parecería (como dijo Albert Bosch en TEDxSantCugat) que el domingo tenemos unos valores y el lunes, cuando vamos a trabajar, nos los olvidamos. Entonces me pregunto, ¿qué ejemplo le damos a nuestros alumnos o hijos si decimos que nuestra familia es lo más importante y luego somos tan workaholics* que no compartimos ni un minuto con ellos? ¿Qué les transmitimos a nuestros colaboradores si les explicamos que el valor principal de la empresa es su bienestar y luego no somos capaces de brindarles unas condiciones mínimas de dignidad laboral?

Considerables problemas surgen, cuando lo que guía nuestra vida no son nuestros valores sino nuestras necesidades. Si por ejemplo, trabajo más horas al día para poder ganar más dinero, tengo que preguntarme: ¿Qué me impulsa a hacer esto? ¿La necesidad de comprarme más objetos materiales o el valor que le doy al éxito? ¿Esta decisión afecta el equilibrio de mis valores? ¿Si le dedico más tiempo al trabajo, descuido a mi familia y amigos? Porque si fuera así, tal vez estoy olvidando el valor que tiene, para mí, la amistad y el amor familiar (si es que estos fueran mis valores).

Para saber si somos coherentes entre lo que pensamos, hacemos, sentimos y decimos, primero es necesario que comencemos a pensar cuales son nuestros valores, qué hacemos para actuar de acuerdo a ellos, como nos sentimos respecto a nuestra actuación y que les decimos a nuestros hijos, alumnos o colaboradores.

Entonces, te propongo reflexionar en base a tres sencillas preguntas:
  1. ¿Qué es lo que más valoras?
  2. ¿Cuánto tiempo semanal le dedicas a aquello que valoras?
  3. ¿Qué es lo que guía tu vida? ¿tus valores o tus necesidades?
El primer interrogante nos permite ser más conscientes respecto a qué es lo que valoramos. El segundo, implica empezar a pensar que tan equilibrados (o desequilibrados) están nuestros valores respecto a nuestra agenda semanal. Y el tercero, nos permite reflexionar sobre las decisiones que podemos tomar para ser más coherentes y no subordinar nuestros valores a nuestras necesidades.

Con el artículo de hoy, no pretendo enseñarte valores porque es imposible creer que todas las personas tendremos los mismos y en la misma proporción. Tampoco aspiro a cambiar tu forma de pensar o actuar. Solo deseo que esta reflexión nos ofrezca una guía para descubrir o redescubrir los valores, para reflexionar si actuamos de acuerdo a ellos, para ser más conscientes de la importancia que tienen y de la responsabilidad que tenemos cada uno de nosotros desde nuestro rol (seamos padres, madres, educadores, jefes o colaboradores). Analizar que sentimos y cuál es nuestro discurso respecto a los valores será, sin duda, tema de otro post.
 
Si crees que tus hijos, alumnos, colaboradores o jefes deberían tener ciertos valores, recuerda que el primer paso es TU responsabilidad porque, como dijo Alejandro Jodorowsky: “Para cambiar el mundo es necesario comenzar por uno mismo.”

Y tu… ¿Ya has comenzado?
 
* Workaholics: adictos al trabajo

viernes, 27 de marzo de 2015

Aprender enseñando

El post de hoy tiene como objetivo brindar un “neuro-consejo*” para la enseñanza en función a la investigación realizada por William Glasser sobre ¿Cómo aprendemos?

Glasser propone una pirámide en la que indica que aprendemos:
 
Pese a que muchos docentes somos amantes de la lectura y “fieles seguidores” de la frase: “El que lee con placer, aprende sin querer”, pareciera ser que sólo… en un 10%.

Si bien siempre recomendaré leer, el post de hoy se centrará en la base de la pirámide: ese 95% que aprendemos, cuando enseñamos a otros.

Entonces si la mejor forma de aprender es enseñando… ¿Por qué no enseñan nuestros alumnos? Para ello, los docentes tenemos que ser capaces de:
  • Enseñar a enseñar: darles herramientas a los alumnos para que jueguen el rol de profesor.
  • Brindarles el espacio para enseñar: si queremos promover el aprendizaje en nuestros alumnos, hay que dejarlos enseñar, que sean ellos quienes hablen y no nosotros. Recuerde la frase: “El mejor maestro es el que enseña con la boca cerrada.”
Aprender enseñando

Glasser fundamentó, con su investigación, algo que muchos docentes ya sospechábamos: la magnitud de lo que se aprende cuando estamos enseñando.

Sin duda para poder enseñar tenemos que hacer muchas actividades intelectuales en forma previa: leer, entender, resumir, clasificar, practicar, probar, analizar, recordar, comparar, etc.

Pero además, para enseñar necesitamos desarrollar ciertas habilidades de la inteligencia emocional: escuchar, comunicar, empatizar, conocer y controlar las emociones propias, entre otras. Es por esta razón, que muchos profesionales no son buenos profesores, simplemente porque son eruditos en la materia pero ignorantes en las emociones y relaciones.

Enseñar siempre involucra emociones (alegría, motivación, miedo, angustia, etc.) y esto hace que se activen nuestras neuronas espejo (Para más info sobre neuronas espejo, click aquí). Es por esto que cuando comunicamos lo que sabemos, nuestro rendimiento aumenta.

¿Qué puede aprender el alumno enseñando?
Puede aprender a:
  1. Escuchar y responder consultas
  2. Comprender a los demás
  3. No juzgar a sus compañeros
  4. Ponerse en el lugar del profesor
  5. Relacionarse con todo el grupo
  6. Comunicar
  7. Todo lo que implica enseñar


En conclusión, según Glasser, aprendemos el 95% de lo que enseñamos a otros. Por lo tanto, es sumamente valioso brindarle un espacio al alumno para que pueda asumir un papel activo en su propio aprendizaje. Si le damos la oportunidad de que juegue el rol docente, el estudiante no solo puede adquirir conocimientos de la materia sino también habilidades de la inteligencia emocional. Obviamente que para ello, los profesores tenemos que tener una mentalidad abierta y una elevada disposición a “perder el control” de nuestra clase.

Y tu… ¿Estás dispuesto a asumir el riesgo?

*Neuro-consejos: llamo con esa denominación a las claves que brindaré para mejorar la enseñanza que se derivan de estudios de neurociencias aplicados a la educación (neuroeducación)

jueves, 12 de febrero de 2015

En busca de la concentración perdida

“No tengo tiempo… ¡para nada!” - “¡No puedo concentrarme!” - “No puedo estudiar… ¡me distraigo!”
¿Has dicho alguna de estas frases? Si tu respuesta es “sí”, probablemente te interese este post.

Primer paso: “Tengo tiempo… ¡para todo!”

Actualmente vivimos con una sensación continua de no tener tiempo para nada y es que sentimos que nuestras obligaciones y exigencias son cada vez mayores. “Tenemos” que trabajar para poder comprar todas las cosas que nos hacen falta (o creemos que nos hacen falta), hacer deporte o ir al gimnasio para mantener nuestro estado físico, comer saludable, dedicarle tiempo a la familia (sin descuidar a nuestros amigos), ser talentoso a los 30 años y a los 50 tener un cuerpo de 20! Y es que, pareciera que hoy estamos preocupados por lo que “debemos tener” mañana y mañana estaremos preocupados por tener el cuerpo que tenemos hoy. Y en medio de todo esto, corremos sin parar para poder tener el trabajo perfecto, la casa perfecta, la familia perfecta y hasta la piel perfecta. Con esa frase del Dalai Lama sobre el hombre occidental, yo me pregunto: ¿Estaremos gestionando bien nuestro tiempo presente?

Este “primer paso” pretende hacernos reflexionar sobre la cantidad y la calidad del tiempo que le dedicamos al trabajo. Y es que sabemos que nuestro tiempo es limitado y como todo recurso escaso, nuestro tiempo vale! Vale pero no cuesta… porque el tiempo es una de esas cosas, que el dinero no puede comprar (como diría una publicidad muy conocida). Entonces, debemos aprender a invertirlo bien.

En el libro de Bronnie Ware (enfermera australiana), uno de los cinco arrepentimientos que tienen las personas que se están por morir es: “Ojalá no hubiera trabajado tanto”. Entonces el desafío al que nos enfrentamos es: dedicarle menos tiempo al trabajo pero logrando mejores resultados, es decir, trabajar eficientemente.

Segundo paso: “¡Me concentro!”

Para trabajar eficientemente y desempeñarnos bien en una tarea que requiere cierta dificultad, necesitamos concentración. Goleman, en su libro Focus, define a la concentración como la capacidad neuronal de seleccionar un objetivo, ignorando un mar de estímulos en los que era posible enfocarse.

Para concentrarnos en una tarea debemos desarrollar dos habilidades o competencias básicas:
  • Metaconciencia: es la atención dirigida a la atención misma, es decir, sería darnos cuenta (mientras trabajamos) que nuestra mente está divagando, y que no estamos prestando atención a lo que deberíamos. Según Goleman, la metaconciencia es la habilidad de notar que no estamos notando lo que deberíamos y, corregir el enfoque.
  • Fuerza de voluntad: es lo que se necesita para desenfocarnos voluntariamente de un objeto de deseo, resistir las distracciones y mantenernos enfocados en un objetivo.
Tercer paso: “No me distraigo… ¡me desconecto!”

Como nuestro desempeño al realizar una tarea depende de nuestra capacidad de atención, tenemos que tratar de distraernos menos y atender más, es decir, desarrollar nuestra atención selectiva.

Mientras trabajamos concentrados, van apareciendo factores que nos distraen, que nos llevan a desenfocarnos de nuestro objetivo. Estas distracciones pueden ser:
  • Sensoriales: son aquellos estímulos que perturban nuestros sentidos, como pueden ser: los ruidos en el ambiente, el olorcito a comida, una persona que habla, etc. La típica culpa se la echamos a la mosca que vuela mientras intentamos estudiar.
  • Emocionales: son las relacionadas a nuestro caos emocional.
Mientras que a las distracciones sensoriales les podemos poner un fin más rápida y fácilmente (apago la radio o mato la mosca), a las emocionales tenemos que aprender a “combatirlas”. Y es que, lo más difícil de apagar no son los sonidos externos, sino los ruidos de nuestra propia cabeza.

Para no caer en distracciones emocionales, necesitamos conocer y controlar nuestras emociones. No puedo cambiar lo que siento pero sí puedo aprender a enfrentarlo mejor.

En palabras de Vikton Frankl, (psicólogo que sobrevivió en campos de concentración nazis):

“Si no está en tus manos cambiar una situación que te produce dolor,
siempre podrás escoger la actitud con la que afrontes ese sufrimiento”

Si tenemos un problema que nos genera tristeza o enojo, probablemente nos obsesionemos por encontrarle la solución rápidamente, pero mientras más nos centramos en el problema, más difícil es encontrar la solución. Esto es así porque la atención completamente enfocada produce fatiga mental y hace que aumenten las distracciones y disminuya nuestra eficiencia. Entonces, cada vez nos cuesta más concentrarnos y esto afecta negativamente nuestro rendimiento laboral.

Para poder volver a concentrarnos, para dejar a un lado las preocupaciones diarias y principalmente para acallar nuestra voz interior es esencial: desconectarnos.

Desconectarse sería el equivalente a distraernos pero conscientemente. Elegir el momento en que deseamos que la mente divague y no que la mente “vuele” cuando quiera, sin darnos cuenta.  

Desconectarse se refiere a descansar, visitar a un amigo, reírse de nuestros errores, subir una montaña, estar en contacto con la naturaleza, etc. Desconectarse regularmente es necesario porque restablece la capacidad de atención.

Entonces, resumiendo… La clave sería desarrollar la capacidad para concentrarnos en un objetivo, haciendo frente a las distracciones y dejando momentos para las desconexiones, trabajando más eficientemente para poder así, invertir mejor nuestro tiempo.

¿Y tú, sientes que inviertes bien el tiempo?

Para entender qué es la atención selectiva, lea el siguiente post: Dos interpretaciones de la atención.

viernes, 26 de septiembre de 2014

¿Eres consciente de tu estrés?

Es curioso como los sucesos de nuestra vida van relacionándose y encajando como si fueran simples piezas de un rompecabezas. Y es que hace unos días, fui a ver “Relatos salvajes”, una película en la cual se muestra, a través de seis historias tragicómicas diferentes, como todos podemos perder el control. Dos días después, terminé de leer el libro “Conciencia” del escritor Osho y hoy vi un video de neurociencias sobre el "Estrés".

A esta altura, usted estará preguntándose cómo es que encajan estas tres piezas del rompecabezas: una película argentina de comedia negra, las palabras de un maestro espiritual indio y los últimos descubrimientos de las neurociencias.

¿Cómo se vincula la investigación científica del estrés con la conciencia y con esos “Relatos salvajes”?

Según Sonia Lupien, neurocientífica de McGill University, “el mejor método de lidiar con el estrés se basa en conocerlo bien.”
“Conocerlo bien” implica no sólo saber cuáles son las causas que deben presentarse para que aparezca el estrés, sino también poder reconocer cuáles son los efectos que tiene sobre nosotros.

Por lo general, nos damos cuenta de que estamos estresados cuando pareciera ser… demasiado tarde. Esto ocurre con las historias de la película, donde los personajes pierden el control cuando se enfrentan a distintas circunstancias de la vida.
En mi opinión, nos sentimos identificados con los relatos (aunque no lo reconozcamos) y, por algo será, que esta película tiene tan buenas críticas. Si bien, muchos de nosotros nunca hemos reaccionado así (por suerte), no podemos negar que ante ciertas circunstancias sentimos como si “explotáramos de ira”.
Este enojo repentino, que puede presentarse ante una mínima situación, es la última fase del estrés. Pero entonces… ¿Cómo hacemos para darnos cuenta antes de que sea demasiado tarde?

La Dra. Lupien explica que las dos primeras fases del estrés son:
  1. Problemas de digestión: dolores de estómago, descompostura, etc.
  2. Exceso en el consumo de ciertos alimentos o sustancias: fumar, beber alcohol o comer alimentos con azúcar, en abundancia.
Entonces, según las creencias occidentales y las últimas investigaciones del cerebro, tenemos que empezar a prestar más atención a las señales que nos va dando nuestro cuerpo, antes de que sea demasiado tarde y lleguemos a tener un estrés… crónico.

Esto no es ningún “descubrimiento” para el otro lado del globo terráqueo (Oriente) quienes ya, hace varios años, creen en la necesidad de la observación de lo que pasa por la mente humana.
Osho, una de las personas más influyentes en la India, afirma que sufrimos porque somos inconscientes de lo que sentimos, pensamos y hacemos, y que la forma más fácil de salir de este sufrimiento es encontrar algo que nos deje aún más inconscientes, más insensibles. El autor da el ejemplo de la droga y lo compara con el estado de furia total al cual llega un homicida que niega haber matado a alguien. Esta persona no era consciente de lo que hacía, simplemente porque estaba intoxicado por su propia ira. Es por esto que Osho dice que: “el primer paso hacia la consciencia es prestarle mucha atención a tu cuerpo.”

Entonces pareciera…
  • Que lo que decimos no es nada nuevo,
  • Que “conócete a ti mismo” es una frase tan vieja que ya la hemos olvidado,
  • Que el “autoconocimiento” es una habilidad de la inteligencia emocional tan nueva que pareciera ser desconocida,
  • Que un “relato salvaje” puede ser el resultado trágico del estrés cotidiano,  
  • Que al final, vivamos aquí o allá, hay que prestarle atención a nuestra mente, pero sin olvidarnos de nuestro cuerpo,
  • Que al fin y al cabo…

“Si estás consciente no necesitas controlar la ira,
porque estando consciente la ira nunca surge”
Osho

viernes, 18 de julio de 2014

El porqué de “Comunicar con Inteligencia”

La comunicación es una habilidad que hemos dejado en un segundo plano en nuestras vidas. Dado que nuestras primeras palabras fueron emitidas hace muchos años y como aprendimos a hablar casi sin darnos cuenta, creemos que la comunicación es algo que ya tenemos simplemente… incorporado. Sin embargo, hoy quisiera que pensemos en que “cualquiera puede aprender a hablar pero pocos aprenden realmente a comunicarse”.
 
Comunicar va mucho más allá de abrir la boca para emitir palabras. Actualmente, tanto en el entorno organizacional como en el educativo, la comunicación ha empezado a tener un papel relevante. Y es que tanto líderes como docentes, se han dado cuenta de que con el solo hecho de hablar, no motivan a un grupo, no enseñan a un alumno, no resuelven conflictos.
 
Niklas Luhmann (sociólogo) y Paulo Freire (pedagogo) critican el paradigma tradicional de la comunicación desde distintas ópticas, pero ambos coinciden en que el emisor no da el mensaje o no transfiere un conocimiento que posee a un receptor, que lo recibe y lo incorpora tal cual como se emitió. Si fuera así de sencillo, los alumnos aprenderían rápidamente lo que el docente explica, los empleados harían las tareas como se las piden sus jefes, las parejas no tendrían malos entendidos, etc. Desde ese mundo ideal a la realidad, hay un gran paso.
 
Comunicar implica transmitir mensajes claros y convincentes en un marco de respeto mutuo y para ello se requiere inteligencia. Y cuando hablamos de inteligencia, no solo nos referimos al coeficiente intelectual sino también a la inteligencia emocional. Es por esto que necesitamos desarrollar algunas de las habilidades que detallo a continuación (la primera y la segunda fueron explicadas en otros  posts)
  1. Comprender las propias emociones y regularlas: ser conscientes y no prisioneros de nuestros estados de ánimo y sentimientos (autoconocimiento y autocontrol).
  2. Percibir e interpretar las emociones de los demás: entender y comprender los sentimientos y perspectivas del otro (empatía y atención).
  3. Dedicar tiempo a la comunicación presencial: a pesar de que las nuevas tecnologías pueden acortar distancias, mantener una conversación cara a cara sigue siendo, en muchos casos, la mejor opción. 
  4. Escuchar activamente: prestar atención a lo que el otro dice no solo con palabras, sino también con el lenguaje no verbal.
  5. Enfrentar conversaciones difíciles: evitarlas o aplazarlas puede traer consecuencias desagradables.
Para mejorar nuestra comunicación, tenemos que ser coherentes con dos de las dimensiones que implica. Por un lado, la intrapersonal, son los diálogos que tenemos con nosotros mismos, nuestros pensamientos, emociones, sentimientos y percepciones. Por otro lado, la interpersonal, son las conversaciones que mantenemos con otros.
Pareciera sencillo ser congruentes en la comunicación pero, ¿Cuántas veces…?
  • nos sentimos de una determinada manera y no sabemos porqué
  • pensamos de una forma y actuamos de otra
  • nos decimos y creemos una frase que nos limita
  • nos dejamos llevar por el impulso al momento de hablar
  • decimos cosas sin pensar
El desafío que tenemos es: ser coherentes entre lo que pensamos, hacemos, sentimos y decimos (tanto a nosotros mismos, como a los demás). 
 
“Cuida tus pensamientos, porque se convertirán en tus palabras.
Cuida tus palabras, porque se convertirán en tus actos.
Cuida tus actos, porque se convertirán en tus hábitos.
Cuida tus hábitos, porque se convertirán en tu destino.”
(M. Gandhi)
Por lo tanto…
Piensa antes de hablar
Di lo que sientes con sinceridad
Actúa en función de lo que dices
Escucha a los demás y
Habla solo cuando lo creas necesario.
Entonces…
¿Utilizas tu inteligencia para comunicarte?

 

martes, 3 de junio de 2014

¿Qué coeficiente de Empatía tienes?

La Empatía es la capacidad de entender las emociones de los otros. Para ello, se necesita comprender y controlar las propias (Las Emociones: La Clave del Éxito)

Diversas investigaciones en neurociencias, han descubierto que las neuronas espejo son las que nos hacen sentir como propias ciertas emociones de los demás. Es decir, la empatía tendría su fundamento en estas neuronas que se encuentran en distintas partes del cerebro.

“Te entiendo pero no te comprendo”, sería la frase que decimos cuando entendemos lo que nos dice la otra persona, pero no podemos comprender su actuación y sus emociones. Entendemos la situación, pero sin embargo seguimos pensando en que debería actuar de manera diferente.

Un ejemplo de una persona con bajo nivel de empatía es Nick Marshall, interpretado por Mel Gibson en la película “Lo que ellas quieren”. Nick era un publicista exitoso que no podía comprender a las mujeres y debido a un accidente hogareño, comienza a “escuchar” lo que ellas piensan. Esto hace que se convierta en un hombre más empático y por ende, mejoran completamente sus relaciones personales y profesionales.

En el lenguaje coloquial, a esto lo llamaríamos “ponerse en los zapatos del otro.” Entonces, si queremos desarrollar nuestra empatía, tenemos que poner en práctica las siguientes habilidades:
  • Aceptar la forma de actuar de los demás.
  • Reconocer que la otra persona tiene características personales, valores y creencias diferentes.
  • Comprender que las decisiones que toma, tal vez, son las mejores para SU vida.
  • No juzgar sus actos.
  • No aconsejar (si no nos piden consejo).
  • Apoyar sus opiniones (no significa estar de acuerdo).
  • No creer que nuestra solución es la única alternativa válida para el problema del otro.
  • Pensar qué tal vez nosotros haríamos lo mismo si estuviéramos en su lugar.

Según S. Serrano,

“La empatía representa la habilidad sensitiva de una persona
para ver el mundo a través de la perspectiva del otro”

Como hemos analizado en otro post (Dos Interpretacionesde la Atención), cada uno de nosotros tenemos una interpretación distinta de la realidad porque cada uno la percibe de manera diferente. Es decir para ver el mundo a través de la perspectiva del otro, tendríamos que ver lo que ven sus ojos, escuchar lo que oyen sus oídos, sentir lo que le dice su corazón…

Porque quién realmente actúa con empatía tiene la capacidad no solo de entender,
sino también de comprender las emociones del otro.

Bruno Arpaia, escritor italiano, que tuve el gusto de escuchar, dijo “el cerebro contextualiza de donde vienen las imágenes”. Esto lo interpreto como una limitación de las neuronas espejo, es decir, cuando nos ponemos realmente en el lugar del otro, nos creemos la historia como si fuera nuestra, y ahí nuestro cerebro crea un contexto alrededor de ella, que hace que se confunda nuestra realidad con la del otro.

Comienzo a sentir…

que los avances en neurociencias están empezando a demostrar todas las limitaciones que tenemos como personas.

Por suerte nuestra empatía no se mide con un coeficiente, sino daría miedo ver que tan ignorantes podemos llegar a ser…

viernes, 14 de febrero de 2014

El Amor como Motivación (Laboral)

En el último post (Las Emociones: La Clave del Éxito) escribí sobre dos de las aptitudes de la inteligencia emocional: autoconocimiento y autorregulación. Hoy desarrollaré la tercera: la Motivación.

El principal motor de la motivación laboral es el amor. Cuando amamos lo que hacemos, estamos motivados, disfrutamos cada momento, el tiempo transcurre deprisa y podemos trabajar horas sin parar. ¿El secreto? El amor... ese trabajo no nos aburre, no nos cansa, no nos agobia, simplemente nos APASIONA.

“Escoge un trabajo que ames y no tendrás que trabajar ni un solo día” (Confucio)

Como hoy es San Valentín y mi post se trata sobre motivación y amor, armé una cortita presentación interactiva relacionando ambos conceptos.


El siguiente "conjunto matemático" indica que el propósito que tienes en la vida profesional es la intersección entre lo que amas, lo que haces bien, lo que el mundo necesita y por lo que te van a pagar.


Pareciera muy sencillo… Pero la realidad nos demuestra, algunas causas por las cuales no podemos situarnos en esa área del gráfico: o nos pagan por hacer un trabajo que no nos gusta, o amamos hacer cosas que no nos reditúan, o somos buenos haciendo algo que no le sirve a nadie, entre otras.



¿Se sintió o se siente identificado con la siguiente imagen?
 


Creo que todos, alguna vez, nos hemos sentido así. O bien ejercemos una profesión que no nos gusta “para poder darnos nuestros gustos”. O bien, trabajamos de lo que queremos por un escaso sueldo.


¿Cómo puedes salir de esa encrucijada? Arriesgándote.


 Algunos consejos:


  • Busca hacer lo que amas. Si aún no sabes lo que es, prueba!
  • Realiza trabajos sociales o simplemente, ad-honorem.
  • Ayuda a un amigo en un emprendimiento.
  • Empieza trabajos que no sabes si te irán a gustar.
  • Estudia algo distinto.
  • Conoce lugares diferentes.
  • Rodéate de personas con gustos diversos.
  • Cuéntales que es lo que te apasiona (aunque no te dediques a eso)
Nadie mejor que Steve Jobs para explicarnos cuál es la clave…


Si actualmente no estás en la zona del propósito y tuvieras que elegir estar en un conjunto ¿en cuál preferirías situarte? Yo, hace no mucho tiempo, decidí comenzar por hacer lo que amo. Como me gustaba, estudié, practiqué y empecé a hacerlo cada vez mejor. “El mundo” se dio cuenta que necesitaba lo que yo amaba y sabía hacer y, de repente, empezaron a pagarme. Así fue mi historia con la docencia y pienso seguir ese mismo camino con otros trabajos que amo hacer.

 

Entonces… si actualmente, haces lo que no amas, te aconsejo salir de la zona de confort, porque solo así, con amor y valentía, podrás cumplir todas tus metas…