¿Has dicho alguna de estas frases? Si tu respuesta es “sí”, probablemente te interese este post.
Primer paso: “Tengo tiempo… ¡para todo!”
Actualmente vivimos
con una sensación continua de no tener tiempo para nada y es que sentimos que
nuestras obligaciones y exigencias son cada vez mayores. “Tenemos” que trabajar
para poder comprar todas las cosas que nos hacen falta (o creemos que nos hacen
falta), hacer deporte o ir al gimnasio para mantener nuestro estado físico, comer
saludable, dedicarle tiempo a la familia (sin descuidar a nuestros amigos), ser
talentoso a los 30 años y a los 50 tener un cuerpo de 20! Y es que, pareciera
que hoy estamos preocupados por lo que “debemos tener” mañana y mañana
estaremos preocupados por tener el cuerpo que tenemos hoy. Y en medio de todo
esto, corremos sin parar para poder tener el trabajo perfecto, la casa
perfecta, la familia perfecta y hasta la piel perfecta. Con esa frase del Dalai Lama sobre el hombre occidental, yo me
pregunto: ¿Estaremos gestionando bien
nuestro tiempo presente?
Este “primer paso” pretende
hacernos reflexionar sobre la cantidad y la calidad del tiempo que le dedicamos
al trabajo. Y es que sabemos que nuestro tiempo es limitado y como todo recurso
escaso, nuestro tiempo vale! Vale pero no cuesta… porque el tiempo es una de
esas cosas, que el dinero no puede comprar (como diría una publicidad muy
conocida). Entonces, debemos aprender a invertirlo bien.
En el libro de
Bronnie Ware (enfermera australiana), uno de los cinco arrepentimientos que
tienen las personas que se están por morir es: “Ojalá no hubiera trabajado
tanto”. Entonces el desafío al que nos enfrentamos es: dedicarle menos tiempo al trabajo pero
logrando mejores resultados, es decir, trabajar eficientemente.
Segundo paso: “¡Me concentro!”
Para trabajar
eficientemente y desempeñarnos bien en una tarea que requiere cierta
dificultad, necesitamos concentración. Goleman, en su libro Focus, define a la
concentración como la capacidad neuronal de seleccionar un objetivo, ignorando
un mar de estímulos en los que era posible enfocarse.
Para concentrarnos
en una tarea debemos desarrollar dos habilidades o competencias básicas:
- Metaconciencia: es la atención dirigida a la atención misma, es decir, sería darnos cuenta (mientras trabajamos) que nuestra mente está divagando, y que no estamos prestando atención a lo que deberíamos. Según Goleman, la metaconciencia es la habilidad de notar que no estamos notando lo que deberíamos y, corregir el enfoque.
- Fuerza de voluntad: es lo que se necesita para desenfocarnos voluntariamente de un objeto de deseo, resistir las distracciones y mantenernos enfocados en un objetivo.
Como nuestro
desempeño al realizar una tarea depende de nuestra capacidad de atención,
tenemos que tratar de distraernos menos y atender más, es decir, desarrollar
nuestra atención selectiva.
Mientras trabajamos concentrados,
van apareciendo factores que nos distraen, que nos llevan a desenfocarnos de
nuestro objetivo. Estas distracciones
pueden ser:
- Sensoriales: son aquellos estímulos que perturban nuestros sentidos, como pueden ser: los ruidos en el ambiente, el olorcito a comida, una persona que habla, etc. La típica culpa se la echamos a la mosca que vuela mientras intentamos estudiar.
- Emocionales: son las relacionadas a nuestro caos emocional.
Para no caer en distracciones
emocionales, necesitamos conocer y controlar nuestras emociones. No puedo
cambiar lo que siento pero sí puedo aprender a enfrentarlo mejor.
En palabras de
Vikton Frankl, (psicólogo que sobrevivió en campos de concentración nazis):
“Si
no está en tus manos cambiar una situación que te produce dolor,
siempre
podrás escoger la actitud con la que afrontes ese sufrimiento”
Si tenemos un
problema que nos genera tristeza o enojo, probablemente nos obsesionemos por
encontrarle la solución rápidamente, pero mientras más nos centramos en el
problema, más difícil es encontrar la solución. Esto es así porque la atención
completamente enfocada produce fatiga mental y hace que aumenten las
distracciones y disminuya nuestra eficiencia. Entonces, cada vez nos cuesta más
concentrarnos y esto afecta negativamente nuestro rendimiento laboral.
Para poder volver a
concentrarnos, para dejar a un lado las preocupaciones diarias y principalmente
para acallar nuestra voz interior es esencial: desconectarnos.
Desconectarse sería
el equivalente a distraernos pero conscientemente. Elegir el momento en que
deseamos que la mente divague y no que la mente “vuele” cuando quiera, sin
darnos cuenta.
Desconectarse se
refiere a descansar, visitar a un amigo, reírse de nuestros errores, subir una
montaña, estar en contacto con la naturaleza, etc. Desconectarse regularmente
es necesario porque restablece la capacidad de atención.
Entonces, resumiendo… La clave sería
desarrollar la capacidad para concentrarnos en un objetivo, haciendo frente a
las distracciones y dejando momentos para las desconexiones, trabajando más
eficientemente para poder así, invertir mejor nuestro tiempo.
¿Y tú, sientes
que inviertes bien el tiempo?
Para
entender qué es la atención selectiva, lea el siguiente post: Dos interpretaciones de la atención.